6 ago 2010

Latín Eclesiástico (2)

Contribución de San Jerónimo

Después de los escritores africanos, ningún otro autor tuvo la misma influencia en la construcción del Latín Eclesiástico que San Jerónimo. Su aporte se desarrolló principalmente en la línea del Latín literario.

De su maestro, Donatus, había recibido una instrucción gramática que lo convirtió en uno de los Padres más erudito y literario. Siempre mantuvo su amor por la correcta dicción, y una atracción por Cicerón. Apreciaba tanto la buena escritura que se indignaba cuando le acusaban de solecismo; la mitad de las palabras que emplea son tomadas de Cicerón, y se estima que además de utilizar, cuando la ocasión lo exigía, palabras introducidas por escritores anteriores, él mismo es responsable de trescientas cincuenta palabras nuevas en el vocabulario del Latín Eclesiástico; pero sin embargo, de estas, apenas nueve o diez pueden considerarse correctamente como barbarismos en cuanto a que no se ajustan a las leyes generales de los derivados del Latín. “El resto”, dice Goelzer, “se creó mediante el empleo de sufijos comunes, y estaba en armonía con el genio del lenguaje”.

Son todas palabras creadas correctamente, y muy útiles: expresan en su mayoría las cualidades abstractas que necesitaba la religión cristiana y que hasta ese momento no existían en la lengua latina, por ejemplo clericatus, impoenitentia, deitas, dualitas, glorificatio, corruptrix. A veces, también, para satisfacer nuevas necesidades, San Jerónimo les da nuevos significados a viejas palabras: “conditor”, creador, “redemptor”, salvador del mundo, “predestinatio”, “communio”, etc.

Aparte del enriquecimiento del léxico, San Jerónimo le brindó al Latín un servicio no menos importante con su edición de la Vulgata. Ya si hubiera hecho su traducción directamente del texto original, o si la hubiera adaptado de traducciones anteriores después de corregirlas, redujo bastante la autoridad de varias versiones populares que podían resultar perjudiciales para la corrección de la lengua de la Iglesia.

Por este mismo acto, popularizó una cantidad de hebraísmos y modos de expresión – vir desideriorum, filii iniquitatis, hortus voluptatis, inferiores a Daniele (inferior a Daniel)- que completaron la conformación de la particular fisonomía del Latín Eclesiástico.

Después de la época de San Jerónimo, puede decirse que el Latín Eclesiástico ya estaba formado en su totalidad. Si trazamos las distintas etapas del proceso de su producción, encontramos:

1. Que los ritos e instituciones eclesiásticas primero se conocieron por nombres griegos, y que los primeros escritores cristianos en lengua latina tomaron esas palabras consagradas por el uso y las introdujeron en sus obras, ya sea in toto (por ejemplo, angelus, apostolus, ecclesia, evangelium, clerus, episcopus, martir), o bien traduciéndolas (por ejemplo, verbum, persona, testamentum, gentilis). Incluso a veces sucedía que palabras incorporadas fueron reemplazadas después por traducciones (por ejemplo, chrisma por donum, hypostasis por substantia o persona, exomologesis por confessio, synodus por concilium).

2. Se crearon palabras latinas a partir de derivaciones de palabras ya existentes en Latín o en griego, agregando sufijos o prefijos, o combinando dos o más palabras juntas (por ejemplo, evangelizare, Incarnatio, consubstantialis, idolatria).

3. En ocasiones, palabras que tienen un significado secular o profano se emplean sin ninguna modificación pero en un nuevo sentido (por ejemplo, fidelis, depositio, scriptura, sacramentum, resurgere, etc.). Con respecto a sus elementos, el Latín Eclesiástico consiste en un Latín hablado (sermo cotidianus) plagado de una cantidad de palabras griegas, unas pocas frases primitivas, algunas adiciones nuevas y normales, y, finalmente, varios significados nuevos principalmente a partir de nuevos desarrollos o por analogía.

Con la excepción de algunas expresiones hebraicas o helenistas, popularizadas a través de las traducciones de la Biblia, las particularidades gramaticales que se ven en el Latín Eclesiástico no deben adjudicarse al Cristianismo; son el resultado de una evolución a través de la cual pasó el lenguaje común, y que se encontró también con los escritores no-cristianos.

Por lo general, la agitación religiosa que estaba matizando todas las creencias y costumbres del mundo Occidental no alteró tanto al lenguaje como se hubiera esperado. Los escritores cristianos preservaron el Latín literario de sus días como base de su propio lenguaje, y si le agregaron ciertos neologismos no hay que olvidar que los escritores clásicos, Cicerón, Lucrecio, Séneca, antes ya habían expresado sus lamentos por la pobreza del Latín para expresar ideas filosóficas, sentando el ejemplo de palabras acuñadas. ¿Por qué los escritores posteriores habrían de dudar en decir “annunciatio”, “incarnatio”, “predestinatio”, cuando Cicerón ya había dicho “monitio”, “debitio”, “prohibitio”, y Livio “coercitio”? palabras como “deitas”, “nativitas”, “trinitas”, no son más extrañas que “autumnitas”, “olivitas”, acuñadas por Varrón, y “plebitas”, utilizada Catón el Mayor.

Desarrollo en la liturgia

Apenas se hubo formado, el Latín de la Iglesia experimentó el shock de las invasiones de los bárbaros y la caída del Imperio de Occidente; fue este un shock que le dio el golpe de gracia tanto al Latín literario como al Latín del habla cotidiana, en el que la Iglesia estaba creciendo fuertemente. Ambos tipos de lengua experimentaron una serie de cambios que los transformaron por completo.

El Latín literario se corrompió cada vez más; el Latín popular evolucionó hacia las diversas lenguas romances en el Sur, mientras que en el Norte le dio paso a las lenguas germánicas. Solamente sobrevivió el Latín Eclesiástico, gracias a la religión de la que era órgano de comunicación y con cuyos destinos estaba estrechamente ligado. Es cierto que en el camino se perdió una parte; en la predicación popular, a partir del siglo VII cedió el paso a las lenguas vernáculas; pero todavía podía conservar para sí la Liturgia y la Teología, y en estos campos se desempeñó como una lengua viva.

En la Liturgia, el Latín Eclesiástico muestra su vitalidad por medio de su frugalidad. África está una vez más a la vanguardia, con San Cipriano. Aparte del canto de los Salmos y las lecturas en público, tomadas de la Biblia, que constituían la parte principal de la primitiva liturgia, y que ya conocemos, se manifiesta en un conjunto de oraciones, en su amor por el ritmo, y por los finales bien equilibrados, detalles que iban a perdurar durante siglos hasta la Edad Media como las principales características del Latín litúrgico. A medida que continuaba el proceso de desarrollo, este amor por la armonía llegó a dominar en todas las plegarias; al principio siguieron respetando las reglas de métrica y prosodia, pero el cursus rítmico tomó la delantera entre los siglos IV y VII, y desde el siglo XI hasta el XV.

Como se sabe, el “cursus” consiste en una cierta disposición de las palabras, los acentos, y a veces frases enteras, mediante la cual se produce un agradable efecto modulado. La plegaria del “Angelus” es el ejemplo más simple; contiene los tres tipos de cursus que han de encontrarse en las plegarias del Misal y del Breviario:

• El cursus planus, “nostris infunde

• El cursus tardus, “incarnationem cognovimus

• El cursus velox, “gloriam perducamur”.

Tan grande fue su influencia en el lenguaje, que el cursus pasó de las plegarias de la liturgia a algunos de los sermones de San Leo y otros, a las bulas papales entre los siglos XII y XV, y a muchas cartas escritas en Latín durante la Edad Media.

Además de las plegarias, los himnos conformaban lo más vital dentro de la Liturgia. A partir de San Hilario de Poitiers, a quien San Jerónimo atribuye el más antiguo, hasta León XIII, quien compuso varios, la cantidad de escritores de himnos es muy grande, y sus producciones están fuera de todo cálculo. Basta con decir que estos himnos originados en ritmos populares se basaban en el acento; como regla general, se modelaron en metros clásicos, pero poco a poco el metro cedió ante el compás o la cantidad de sílabas y los acentos. Desde el Renacimiento, el ritmo le cedió el paso otra vez a la métrica, e incluso muchos himnos antiguos fueron retocados, bajo el Papa Urbano VIII, para ponerlos en línea con las reglas de la prosodia clásica.

Además de la liturgia que podemos llamar oficial, y que estaba constituida por las palabras de la Misa, del Breviario, o del Ritual, hay que destacar la riqueza de la literatura referente a una gran variedad de detalles históricos tales como la “Peregrinatio ad Loca sancta”, atribuida antiguamente a Silvia, varias colecciones de rúbricas, órdenes, sacramentarios, ordinarios, u otros libros de orientación religiosa, de los muchos se reeditaron en estos últimos años en Inglaterra, ya sea por personas particulares o bien por la “Surtees´Society” y la “Bradshaw Society”. Pero lo más importante a destacar es el brillante florecimiento litúrgico.

Desarrollo en la Teología

Mucho más amplio y variado es el campo que la Teología le abre al Latín Eclesiástico; tan amplio que tenemos que limitarnos a señalar aquí las fuentes creativas de las que ha dado pruebas el Latín del que hablamos desde el comienzo del estudio de la teología especulativa, es decir, desde los escritos de los antiguos Padres hasta nuestros días.

Más que en ninguna otra parte, aquí ha quedado demostrado cuán capaz ha sido de expresar los más delicados matices del pensamiento teológico, o las sutilezas más agudas del escolasticismo decadente. ¿Hace falta realmente mencionar lo que ha hecho en este campo? La expresión que ha creado, los significados que ha transmitido… ya se conocen plenamente. Mientras que la mayoría de estas expresiones se legitimaron, fueron necesarias y exitosas (transubstantio, forma, materia, individuum, accidens, appetitus), hay muchas otras que muestran un formalismo mundano y vacío, una deplorable indiferencia por la sobriedad de la expresión y por la pureza de la lengua latina (aceitas, futuritio, beatificativum, terminatio, actualitas, haeccitas, etc.). Fue por palabras como estas que la lengua de la Teología se expuso a sí misma a las burlas de Erasmo y de Rabelais, y le trajo el descrédito a un estudio que se merecía mayor consideración.

Con el Renacimiento, las mentes de los hombres se volvieron más difíciles de satisfacer, los lectores cultos no podían ya tolerar un lenguaje tan ajeno al genio de la latinidad clásica que había sido revivida. Se hizo necesario, entonces, incluso para renombrados teólogos (como por ejemplo Melchior Cano, en el prólogo de su obra “Loci Theologi”), levantar sus voces frente a las exigencias de sus lectores y también contra el descuido y la oscuridad de los teólogos anteriores. Así, puede establecerse que aproximadamente por esta época la corrección clásica empezó a encontrar su lugar en el Latín teológico y litúrgico.

Posición actual

A partir de entonces, la corrección iba a ser característica del Latín Eclesiástico. A la terminología consagrada para la expresión de la fe de la Iglesia Católica se agregó como regla aquella precisión gramatical que el Renacimiento nos devolvió. Pero en nuestros tiempos, por varios motivos, algunos de los que surgen por la evolución de los programas educativos, el Latín de la Iglesia ha perdido en cantidad lo que ha ganado en calidad.

Hasta hace poco el Latín ha conservado su lugar en la Liturgia, ya que se consideraba, en el mismo seno de la Iglesia, que era necesario señalar y vigilar esa unidad de creencia en todos los lugares y en todos los tiempos, que era su derecho de nacimiento.

Pero en los himnos devocionales que acompañan al ritual, se emplean sólo las lenguas vernáculas, y estos himnos han ido reemplazando gradualmente a los himnos litúrgicos.

Todos los documentos oficiales de la Iglesia, las Encíclicas, las Bulas, los Resúmenes, las instituciones de los obispos, respuestas de las Congregaciones Romanas, actas de concilios provinciales, etc., todo está escrito en Latín. Pero por supuesto, en estos últimos años las cartas apostólicas solemnes dirigidas a una u otra nación están escritas en la lengua vernácula, y varios documentos diplomáticos se redactan en francés o italiano. En la preparación de la clerecía, la necesidad de discutir modernos sistemas de exégesis o filosóficos, ha llevado casi en todas partes al uso de la lengua nacional. Los manuales de teología dogmática y moral pueden estar escritos en Latín en Italia, España y Francia, pero a menudo, salvo en las universidades romanas, la explicación oral se da en lengua vernácula. En los países hablantes de alemán o inglés la mayoría de estos manuales están en la lengua propia, y casi siempre la explicación se da en estas lenguas.


Ver la primera parte de este artículo: Latín Eclesiástico (1)


Traducido de:

Dégert, A. (1910). Ecclesiastical Latin. The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. New Advent