6 ene 2010

Bibliofagia


En el mundo cristiano, primero se diferenció entre un códice (libro de hojas pegadas) y los rollos escritos (volumina), que aparecen con mucha frecuencia en manos de los Apóstoles, cuando ya sea el mismo Cristo o por inspiración del Espíritu Santo, se les entrega como símbolo de la doctrina. (Imagen: los Cuatro Evangelistas, obra de Pedro Pablo Rubens, 1577-1640).





Por otra parte, el “Juez del Mundo”, “Pantokrátor”, es una representación iconográfica del Cristo juez, triunfante, sentado en actitud bendicente y como un monarca; su origen es bizantino, y se asimila al “Maiestas Domini”. Aparece representado con un libro en la mano, en donde están asentadas todas las acciones de los hombres; en otras representaciones está con los Evangelios en la mano izquierda. (Imag. a la izquierda).




El Apocalipsis de Juan es llamado el “Libro de los siete sellos”, sellos que sólo pueden ser abiertos por personajes inspirados.






Ejemplos de la iconografía del libro en el mundo cristiano hay una infinidad. La Virgen María es representada a menudo leyendo la Biblia o abriéndola. Los santos doctos también se presentan frecuentemente con libros: primero los evangelistas mismos, después, entre otros, Bernardo de Claraval, Antonio de Padua, Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino, Santa Catalina de Alejandría, etc.














San Bernardo de Claraval


Abad y doctor de la Iglesia (1090-1153)





















Santo Tomás de Aquino
1225 - 1274
















Pero aquí quiero detenerme en un detalle: el extraño caso de la “bibliofagia”, que literalmente significa el acto de devorar un libro. Puede dar pie a extrañas interpretaciones, pero no. Los casos más famosos de bibliofagia aparecen en el Antiguo y el Nuevo Testamentos.






El caso de Juan de Patmos, o Apokaleta, que se traga el libro de la Revelación (Apocalipsis), es un símbolo de la interiorización del mensaje divino:




“… La voz que hoy había oído del cielo, de nuevo me habló y me dijo: Ve, toma el librito abierto de mano del ángel que está sobre el mar y sobre la tierra. Fuime hacia el ángel diciendo que me diese el librito. Él me respondió: Toma y cómelo, y amargará tu vientre, mas en tu boca será dulce como la miel. Tomé el librito de mano del ángel y me puse a comerlo, y era en mi boca como miel dulce; pero cuando lo hube comido sentí amargas mis entrañas. Me dijeron: Es preciso que de nuevo profetices a los pueblos, a las naciones, a las lenguas…” (Apocalipsis, 10, 8-11).








Al ingerir el libro, el bibliófago recibe directamente las enseñanzas, las propiedades puras, la transmisión de conocimientos, y adquiere así la facultad de expresarse de mejor forma. De igual forma actúan los pueblos antropófagos, que devoran a sus enemigos, por ejemplo, para obtener poderes sobrenaturales, para apropiarse de forma directa de las potencias del enemigo muerto.


Obviamente, la cuestión del sabor dulce en la boca y el amargor en el estómago se refiere al contenido del libro, suave y hermoso en su superficie y fuerte en su interior.


El profeta Ezequiel dice que Dios le presentó un rollo de papiro y le ordenó:


“Abre la boca y come lo que te presento. Miré y vi que se tendía hacia mí una mano con un rollo. Lo desenvolvió ante mí y vi que estaba escrito por delante y por detrás, y lo que en él estaba escrito eran lamentaciones, elegías y guayes.




Y me dijo: Hijo de Hombre, come eso que tienes delante; come ese rollo y habla luego a la casa de Israel. Yo abrí la boca e hízome él comer el rollo, diciendo: Hijo de Hombre, llena tu vientre e hincha tus entrañas con este rollo que te presento. Yo lo comí, y me supo a mieles” (Ezequiel 2,8 y 3,1-4).
Bibliografía
Fernando Báez: Historia Universal de la destrucción de libros: de las tablillas sumerias a la guerra de Irak. Barcelona: Ediciones Destino, 2004
Hans Biedermann: Diccionario de Símbolos. Barcelona: Paidós, 1993